Yo no sé amar con códigos,
solo sé hacerlo de verdad.
Todo le transporta, su mundo ya no es este, detesta tener que volver tan solo un segundo más, pide bajo este cielo azul celeste, no quiero irme de esta habitación para dos almas que son libres.
Pasé tanto tiempo frente a tu puerta que cuando me levanté y di el primer paso hacia cualquier otra parte que no fuera tú calle
No sé si tenia más dormidas las piernas o los ojos de pensarte tanto
Yo que creía en los milagros desde que me dijiste tu nombre ahora veía ordinario hasta el cielo que ya nunca lloverá como lo hacías tú, -quiero decir, como lo hacíamos nosotras- y conseguíamos por un momento que hasta nos tuviera envidia y entonces nos daba el sol porque entendía que no podía competir con como nosotras nos mojábamos las ganas.
Tuve que reconocer que los caminos donde más dejamos de nosotros están irremediablemente destinados a olvidar nuestras suelas y aprendí a vivir creyendo que hay miradas que siempre quedaran mejor enmarcadas en un recuerdo que encerradas en una jaula
Entonces,
Entendí que tu presencia duró el momento exacto para saber que hay mujeres que no se acaban nunca
Que hay amores que hablan más de nosotros que lo que nosotros hemos conseguido decir jamás
Y he de reconocer que sentí miedo cuando comprendí que lo que realmente quizá me habías quitado no era lo que yo pedia,
Sino lo que en un sentido más único,
Más intrínseco
Y más absolutamente posesivo me pertenecía,
Mis palabras
Tristemente real es la repercusión que tiene el haber manifestado a una persona en un momento de tu vida directamente que algo te duele y haber recibido indiferencia y que eso haya provocado en ti la incapacidad de confiar en nadie que no tenga nada que ver e incluso no poder poner ya confianza total en quien antes la ponías porque, ¿si ya lo habías hecho quien no iba a ser capaz de hacerte lo mismo?
Tristemente injusto pero sobre todo, tristemente real
EL IMPERIO
Una vez me vi a mí en otros ojos,
y si esos ojos lo supieran,
me gustaría pensar que también
consiguieron encontrarse a si mismos
en la pupila de los míos.
Como tener al mundo delante
y sentir únicamente ruido en todo lo demás.
Me escuchaba su sonrisa como si
las palabras no pudieran pronunciarse
salvo de una manera,
a besos,
y me sentí como una casa
con las paredes intactas,
con las ventanas abiertas,
cada vez que salía de mi cama
con ganas de volver a empañármela.
Una vez me dijo – Si te enamoras, habré conseguido el imperio-
Y yo,
que ya tenía su nombre moviéndose a gatas
entre mis uñas,
que ya tenía la memoria de sus dientes cabalgando
a golpe de pantera de una sien a otra,
que ya sabía cómo se reía cuando sentía miedo,
cómo escondía en la parte de atrás de su cabeza
todo lo que sé que ha tenido que asumir
para seguir viviendo,
le devolví silencio,
le regalé mi espalda y le apreté los dedos.
Y ella,
que nunca lo supo,
desató mis nudos,
instauró a voces una nueva jerarquía
donde su risa ocupaba el primer puesto
de mi ejército,
y me hizo mar el tiempo que duró
su presencia en el olor de mi pelo.
Amor,
Es cierto,
No conseguiste el imperio,
tú ya lo habitabas.
Una vez me vi siendo seis manos las que jugábamos a la vez a hacer de otros cuerpos un parque de atracciones.
No me sentí del todo yo.
Lo llevé al otro extremo, y pensé en encerrarte en otro cuerpo y hacerlo tu casa, y me di cuenta de que eso ahora es algo que mi pecho no quiere.
Y entonces caí en que quizá hay etapas en la vida en las que no hay nada concreto en lo que poner tu energía, simplemente la enfocas en los pasos que das siendo libre y cabalgando hacia ninguna parte.
Y sin haberlo pensado nunca antes, he visto que hay mucha belleza en eso. En saber ver el cielo como algo amplio, donde todo es posible, donde tienes ya alas para volar porque son únicamente tuyas. No he aprendido a volar sola, he aprendido a volar sin nadie y que me guste. No saber volar solo debe parecerse a hacer del cielo una cárcel. Y yo amo el cielo. A veces quieres disfrutar de las nubes y te dejas tocar por ellas pero no te quedas porque no son tu nube. Pero puedes disfrutar de otras vistas, de otros paisajes, y eso también está bien.
Sin prisa, sin presiones, simplemente viviendo y ya.
Llorar como si fueras tormenta borracha en un cabify de camino a tu casa y darte cuenta que aunque te mantengas fría, aunque sigas tu vida, aunque mantengas tu postura recta mirando hacia delante, hay heridas que queman y que aún no han terminado de cerrarse.
Dejarte llorar y en vez de fustigarte, abrazarte por donde sí has llegado ya y dejar de pensar en los pocos pasos que aún quedan para poder decir algo tan simple y tan liberador como:
Ya no duele.