Sé que existes. Que estás allí, en algún lugar, esperándome. Pero no te preocupes, nos acabaremos encontrando. Al fin y al cabo, no sabes quien soy.

CVL

miércoles, 17 de agosto de 2016



Estancamiento emocional.

¿Debemos consentir que nuestra vida quede marcada más por el verbo tengo que por el verbo quiero? ¿Apreciamos realmente que cada día que vivimos nunca se nos dará de vuelta? ¿Necesitamos que sea el resto el que nos marque el camino a seguir? Hasta que punto debemos reprimir nuestros deseos y cuando deberíamos permitir que nuestros más ocultos impulsos sean los que salgan de su pequeña madriguera? ¿Es posible cambiar de idea de forma continua?
Me paro a pensar en todas estás preguntas que rondan por mi cabeza y por más que razono, solo consigo respuestas ambiguas. Quizá todo depende de cómo se mire, quizá sea nuestra jodida cabeza la que nos marque un NO, cuando en el fondo por dentro sabemos que Sí, o simplemente no sabemos directamente que es lo que realmente queremos. Pero realmente puede que esa no sea la cuestión. Puede que la cuestión sea más profunda si cabe. Y entonces me paro a discutir conmigo misma si merece más la pena una vida en la que todo podría ser maravilloso pero sigues encerrado en una cadena perpetua, por que esa maravilla llegue a marchitarse.



¿Cadena perpetua o libertad condicional?

Más de una vez he oído que hasta la máquina más perfecta, mejor confeccionada y construida, con una eficiencia inmejorable y un rendimiento deseable, aún está marcada por un diminuto margen de error. Y sin embargo esa imperfección oculta en la idea de que cualquier minimo error resulta impensable, parece invisible. No se piensa en la posibilidad de que un Macbook llegue a tener un virus, ¿pero como? Si es un ordenador de la más alta calidad (pero con posibilidad de fallos) No se piensa en que un avión pueda llegar a fallar a mitad de un vuelo, ¿pero como? Si es el medio de transporte más seguro (pero con posibilidad de trágicos fallos).  Y que máquina es más imperfecta que el ser humano, y sin embargo que poco parece que se nos permita que fallemos. Tenemos un alto margen de error y parece que debemos vivir más mecanizados que ser nuestra esencia más pura, humanos… Y es que antes de habernos equivocado ya estamos pensando hasta en la más pequeña consecuencia de nuestra equivocación. Vivimos más en nuestro puto futuro, que en el presente que ahora mismo estamos viviendo. Pensamos más en lo que podemos llegar a fracasar que en los triunfos que en este mismo instante ya tenemos en el bolsillo. Y por no hablar del pasado… Ese hijo de puta que ya no solo influye en tu presente sino también en tus expectativas y planes futuros. Nos lo tomamos como un circulo vicioso: Pasado de mierda, presente de mierda, futuro de mierda. Consentimos a nuestro pasado que nos encierre en una cadena perpetua en la que ningún riesgo nuevo parece posible porque debemos pagar la larga pena que nosotros mismos nos hemos impuesto por un antiguo error que nos persigue y que provocó que nos encerraran. Encierra nuestras emociones y lo peor de todo nosotros creemos que es un castigo merecido. Creemos merecer el uniforme de preso emocional, ya que “soy responsable de mis actos”. Y así pasa, que podemos consentir permanecer en una vida que más que vida es una cárcel en la que todo debe pensarse antes de llevarse a cabo. Ya pagamos nuestros errores con bastantes intereses como para hacer de la agonía una forma de vida. Pero no nos volvamos locos y pensemos que cualquier deseo temporal debe guiarnos hacia la incertidumbre. No pensemos que es mejor vivir sin límites que cohibido. Y ahí esta el quid de la cuestión. Encontrar esa maldita balanza que mida cuando un riesgo merece correrse y cuando no. Saber cuando hay que callarse y cuando no deberíamos parar de gritar. Encontrar lo que muchos presos ansían pero nadie sabe donde buscarlo.


La libertad condicional.