Estancamiento emocional.
¿Debemos consentir que nuestra vida quede
marcada más por el verbo tengo que por el verbo quiero? ¿Apreciamos realmente
que cada día que vivimos nunca se nos dará de vuelta? ¿Necesitamos que sea el
resto el que nos marque el camino a seguir? Hasta que punto debemos reprimir
nuestros deseos y cuando deberíamos permitir que nuestros más ocultos impulsos
sean los que salgan de su pequeña madriguera? ¿Es posible cambiar de idea de
forma continua?
Me paro a pensar en todas estás preguntas
que rondan por mi cabeza y por más que razono, solo consigo respuestas
ambiguas. Quizá todo depende de cómo se mire, quizá sea nuestra jodida cabeza
la que nos marque un NO, cuando en el fondo por dentro sabemos que Sí, o
simplemente no sabemos directamente que es lo que realmente queremos. Pero
realmente puede que esa no sea la cuestión. Puede que la cuestión sea más
profunda si cabe. Y entonces me paro a discutir conmigo misma si merece más la
pena una vida en la que todo podría ser maravilloso pero sigues encerrado en
una cadena perpetua, por que esa maravilla llegue a marchitarse.
¿Cadena perpetua o libertad condicional?
Más de una vez he oído que hasta la
máquina más perfecta, mejor confeccionada y construida, con una eficiencia
inmejorable y un rendimiento deseable, aún está marcada por un diminuto margen
de error. Y sin embargo esa imperfección oculta en la idea de que cualquier
minimo error resulta impensable, parece invisible. No se piensa en la
posibilidad de que un Macbook llegue a tener un virus, ¿pero como? Si es un
ordenador de la más alta calidad (pero con posibilidad de fallos) No se piensa
en que un avión pueda llegar a fallar a mitad de un vuelo, ¿pero como? Si es el
medio de transporte más seguro (pero con posibilidad de trágicos fallos). Y que máquina es más imperfecta que el ser
humano, y sin embargo que poco parece que se nos permita que fallemos. Tenemos
un alto margen de error y parece que debemos vivir más mecanizados que ser
nuestra esencia más pura, humanos… Y es que antes de habernos equivocado ya
estamos pensando hasta en la más pequeña consecuencia de nuestra equivocación.
Vivimos más en nuestro puto futuro, que en el presente que ahora mismo estamos
viviendo. Pensamos más en lo que podemos llegar a fracasar que en los triunfos
que en este mismo instante ya tenemos en el bolsillo. Y por no hablar del
pasado… Ese hijo de puta que ya no solo influye en tu presente sino también en
tus expectativas y planes futuros. Nos lo tomamos como un circulo vicioso:
Pasado de mierda, presente de mierda, futuro de mierda. Consentimos a nuestro
pasado que nos encierre en una cadena perpetua en la que ningún riesgo nuevo
parece posible porque debemos pagar la larga pena que nosotros mismos nos hemos
impuesto por un antiguo error que nos persigue y que provocó que nos
encerraran. Encierra nuestras emociones y lo peor de todo nosotros creemos que
es un castigo merecido. Creemos merecer el uniforme de preso emocional, ya que
“soy responsable de mis actos”. Y así pasa, que podemos consentir permanecer en
una vida que más que vida es una cárcel en la que todo debe pensarse antes de
llevarse a cabo. Ya pagamos nuestros errores con bastantes intereses como para
hacer de la agonía una forma de vida. Pero no nos volvamos locos y pensemos que
cualquier deseo temporal debe guiarnos hacia la incertidumbre. No pensemos que
es mejor vivir sin límites que cohibido. Y ahí esta el quid de la cuestión.
Encontrar esa maldita balanza que mida cuando un riesgo merece correrse y
cuando no. Saber cuando hay que callarse y cuando no deberíamos parar de
gritar. Encontrar lo que muchos presos ansían pero nadie sabe donde buscarlo.
La libertad condicional.