Sé que existes. Que estás allí, en algún lugar, esperándome. Pero no te preocupes, nos acabaremos encontrando. Al fin y al cabo, no sabes quien soy.

CVL

miércoles, 15 de julio de 2020



La mayoría de las cosas importantes de la vida las aprendemos tarde.
Para cuando nos queremos dar cuenta, el contador ya está a cero y no siempre desandar nuestros propios pasos resulta la opción más sabia.
Puede que sea una norma intrínseca en la acción más pura de vivir. Aprender de lo que hicimos creyendo que lo hacíamos bien. Aún recuerdo cada vez que pensaba que el resultado era llegar a la meta y no como había llegado a la misma. Creemos que hay meta cuando la meta puede que sea un lugar que no pisemos nunca porque cuando pensemos que estamos cerca, resulta que se ha bifurcado el camino.
Me gusta pensar que estoy llena de ellas, de metas que quise lograr que acabaron quedándose en otra cosa. Lo importante es lo que acabó dejándome el recorrido. Todas las veces que di la vida por un sueño y que incluso antes de realizarlo, me desvíe. Esos desvíos, todos y cada uno de ellos, son mi meta. Los que sí me han hecho llegar más lejos. Cuando creía que lo sabía todo resulta que aún quedaba mucho más y después de ese más acababa habiendo otro destino.
Siempre aprendiendo la lección tarde porque para cuando ya sabes lo que desconocías el propósito es otro. Lo divertido es que por el camino encuentras otras puertas y otras personas que como tu van buscando algo que probablemente nunca encuentren pero te llenas de ellas. Ellas son las lecciones que llegan tarde. Y qué cosa tan preciosa. A veces lo que parecía que debías haber aprendido antes llega en forma de otras manos, de un nuevo amigo, de una nueva experiencia.

Y así sucesivamente aprendes que, aunque casi nunca a tiempo, todo lo que necesitabas encontrar aparece mientras no lo estabas buscando.