Sé que existes. Que estás allí, en algún lugar, esperándome. Pero no te preocupes, nos acabaremos encontrando. Al fin y al cabo, no sabes quien soy.

CVL

lunes, 28 de enero de 2019


Puedo vivir sin ti.
Otra cosa es que me guste.
Puedo vivir sin ti e incluso a veces lo prefiero.
Pero me falta medio cuerpo sin el tuyo.
Puedo vivir sin ti... Aunque no sepa. 
Puedo vivir sin ti, pero ninguna persona tiene tu sonrisa y entonces no se hacia donde mirar.
Puedo dormir sin ti, pero la cama ya no es cama si no estas al otro lado.
Puedo viajar sin ti, pero entonces ya no veria lo más bonito en ninguna ciudad que pise. Ni hay mano que agarrar ni enfado en un portal ni beso que lo arregle.
Puedo crecer sin ti, aunque las arrugas muestren el paso de los años que no he vivido a tu lado.
Puedo discutir y gritar y enojarme, pero las reconciliaciones ya no merecerán la pena.


Puedo vivir sin ti. Porque quiero que seas feliz... y que me lo cuentes.


jueves, 24 de enero de 2019

lunes, 21 de enero de 2019

domingo, 13 de enero de 2019




Más vale que no tengas que elegir entre el olvido y la memoria.





sábado, 5 de enero de 2019


Los corazones solitarios quizá sólo valgamos para eso, para estar solos hasta que alguien albergue el suficiente coraje de querernos. Y nosotros, a tientas, solo queremos prender la luz. Es mejor llevar las riendas de una vida que en el fondo, no queremos llevar. Perder el control conlleva trabas, que a fin de cuentas merecen la pena. Aunque sigan siendo trabas. Pero suponen incertidumbre que no es más que la cómplice de la puta más barata que se pasea alardeando de la posibilidad de que quizá, esta vez sea diferente, y sin embargo, sin mayor esperanza que la de un necio. Y nosotros nos prometimos hace tiempo que la seguridad de llevar el control de lo que ocurra valía más que lo que mereciera la pena. Y ese tipo de contratos resultan inquebrantables cual pacto con el diablo que, por más que supliques parece ser incapaz de quebrarse ni por tan sólo un segundo. Probablemente sea el precio que pagamos por el escudo de acero que protege nuestro cuerpo de la sangre pero aísla a nuestro corazón que pide a gritos ser quien la bombeé. Puede que la palabra arriesgarse no apareciera en nuestro vocabulario y de hecho puede que dejar pasar los trenes sea nuestra forma de viajar. Guardando en nuestro ser la esperanza de que quizá algún día resulte más fácil subirse que seguir esperando. Sin embargo somos nosotros los que más valoramos esos pequeños instantes en los que el maquinista se ha quedado dormido y por un momento soñar con que no es tan complejo parece posible. Nosotros ya sufrimos nuestro castigo. Y créeme que demasiado severo. Es por ello que preferimos las estaciones vacías. Porque nosotros estamos hechos para eso, para los lugares donde nadie puede entrar por la puerta a rompernos el corazón. Preferimos pensar que esos trenes que tanto nos gustan van hacia destinos sin habitaciones vacías, sin corazones vacíos y con un sueño que aunque sea un sueño, vive para correr el riesgo de cumplirse.