Llorar como si fueras tormenta borracha en un cabify de camino a tu casa y darte cuenta que aunque te mantengas fría, aunque sigas tu vida, aunque mantengas tu postura recta mirando hacia delante, hay heridas que queman y que aún no han terminado de cerrarse.
Dejarte llorar y en vez de fustigarte, abrazarte por donde sí has llegado ya y dejar de pensar en los pocos pasos que aún quedan para poder decir algo tan simple y tan liberador como:
Ya no duele.