Sé que existes. Que estás allí, en algún lugar, esperándome. Pero no te preocupes, nos acabaremos encontrando. Al fin y al cabo, no sabes quien soy.

CVL

jueves, 17 de marzo de 2022

 

No sé en qué momento dejé de saber llorar.

Empecé a sentir un nudo que no arrancaba y se quedaba ahí, apretándome, retorciéndose como un lagarto recorriendo mi tráquea , desperezándose, llenándome la garganta de aire, de aire pegajoso que se restriega por las paredes que recorren lo más profundo de mí.

Se levanta un huracán y no se mueve, solo da vueltas y más vueltas, lo sacude todo y me deja así, inmóvil frente al llanto, seca frente a la lágrima.

Ahora no sé llorar.

Si alguna vez mi cuerpo no puede contener el agua que soy, se me escapa una humedad que no le hace justicia a esa mano de santo que supone arrancar la piel muerta a pedazos, solo se humedecen, paralizados los ojos.

Llorar es una de las cosas más esenciales de nuestra existencia porque limpia. Sin lágrimas hay partes del alma que se ensucian, que se quedan oliendo a muerto.

Me gustaría volver a ser capaz de llorar como una niña. Hacerme un ovillo en la esquina del baño de mi casa y arrancar el motor de mi mar. Desprenderme del nudo cuando aparece, arrugarlo y lanzarlo tan mojado como mi cara. 

Creo que una parte de ti está muerta cuando no puedes llorar.