Sé que existes. Que estás allí, en algún lugar, esperándome. Pero no te preocupes, nos acabaremos encontrando. Al fin y al cabo, no sabes quien soy.

CVL

miércoles, 17 de noviembre de 2021

 

Nunca me había escrito antes una carta a mi misma. 

Supongo que hay una primera vez para todo.

Así que, me he puesto a escribir porque indudablemente es lo único que sé hacer para ordenar lo que me rodea, lo que me aprieta los dientes y la frente, lo que me asusta como a una niña pequeña, lo que me hace encontrarme y encontrar lo que no siempre quiero. La carta está sobre la mesa. La he leído un par de veces en voz alta. No me gusta esa carta. Supongo que tendré que leerla varias veces. La valentía no va de mirar lo que te asusta a los ojos, va de saber que tienes que hacerlo y que lo vas a hacer. Ese momento, antes justo de levantar la mirada es el valor. Sostenerlos ya es cuestión de postura y algo de determinación. 

El miedo es, sin lugar a dudas, la emoción que más me cuesta gestionar. Me hace sentir pequeña, cuando el llega yo ya no tengo espacio para mí en ninguna habitación. Así que, os aseguro que enfrentarte al miedo es todo lo que pasa justo antes de mirarlo a los ojos. Ese gesto que tomas antes del cara a cara es la valentía. Sabe como agridulce porque mientras te mata, sí te mata, te está salvando. Esa es su manera de actuar, te mata justo antes de que te toque, te toca y tu resistencia te permite soportarlo, y justo después de eso, es cuando te salva. Escribo porque es mi manera de dejar que me toque y de poder rozarlo con los dedos. No sé mucho más del miedo salvo que el rastro que deja cuando se va sabe a dulces. Sabe a todo lo que no podías y ahora puedes. Sabe a ti mismo, solo a ti. 

He vivido dando la espalda a las últimas cosas que me asustan. A veces, lo que te dejas para el final no es lo mejor. Entonces he empezado a decirme todo lo que yo ya sabía y prefería callar porque a veces el silencio es un aliado, pero nunca una victoria. Aún me tiemblan las piernas, aún siento esta punzada en el pecho.

He guardado la carta con una certeza. La certeza de saber que no está terminada. Falta la última parte, y en este caso, sí, la mejor. Ya no hablaremos de miedos, ya no hablaremos del negro. Podremos entonces decir que todo eso de lo que antes hablaba, ya no me asusta, ya no me afecta, solo es un pensamiento gris que vivirá conmigo y que podré moldear a mi forma para vivir con él de la manera más cómoda posible. Indudablemente, a veces, tocará mi puerta, aparecerá en modo pesadilla, pensamiento recurrente, en una parada de metro, en el artista que dibuja en la calle, en el color que tiene el cielo. Pero será tan mío, será algo que forme parte de mí y ya no pesará para darme miedo. Será ligero, un lugar en mi cabeza, otro en mi corazón. Cuando aparezca en los momentos menos indicados sabré quién es y a qué se debe y sabré darle la forma que el momento pide. Habrá otros destinos donde no me entenderán. Habrá otros en los que sí. Todos arrastramos fantasmas, lo importante está dar con quien sabe que los tiene no que los tenga domados. Saber que existen, reconocerlos y asumirlos les da el lugar que merecen. Vivir con ellos puede resultar un lastre pero cuanto más hacemos por evitarlos consiguen hacerse mucho más grandes. Así que yo, que ya les di un nombre y supe hacer el gesto previo, y les mire a los ojos, sigo aprendiendo como mantener mi posición y no bajar la mirada. La posición. Esa puta parte tan difícil. 

No la carta no está terminada. Quizá nunca lo esté. 

Pero me presento al mundo como la mujer que soy; tan llena de cielo como de suelo, con unas cuantas heridas curadas y otras cuantas que suelen sangrar, como una persona con un pasado que le hace ser la persona que es, con alas grandes que llenas de secuelas, quieren también volar.