Sé que existes. Que estás allí, en algún lugar, esperándome. Pero no te preocupes, nos acabaremos encontrando. Al fin y al cabo, no sabes quien soy.

CVL

domingo, 2 de enero de 2022

 

Si al final todo va a concluir,

si somos fruto de ser pasado,

si lo que construimos ahora está irremediablemente destinado a convertirse en recuerdo,

cuidemos,

toquemos,

porque quién sabe cuando algún día 

terminará con lo que tengamos ahora.

Alguien me dijo que el arte no está en el presente,

y es que lo que escribimos en nuestro libro de vida

irá allá donde iremos,

será nuestra historia,

explicará porque somos quienes somos.

Cuidar lo que vives es cuidarte a ti.

Ser como los perros,

cuando un perro muere no puede dejar 

un mal rastro,

solo puede dejar una huella que nace desde la caricia.

Ser como los perros.

A veces uno tiene tanto miedo,

el pasado puede ser un fantasma abominable 

al que la mayoría del tiempo procuramos

mantener a raya,

hacemos fuerza contra la puerta para que no se cuele.

Miramos hacia otra parte,

queremos sentirnos a salvo de las garras que 

nos recuerdan de donde vienen estas heridas.

El pasado sirve para saber qué pasó,

qué cambió lo que eres ahora,

qué te aterra que te vuelva a pasar.

Ser como los perros.

La desconfianza que ahora habita en ti,

que te define,

tú solo sabes cómo nació,

qué pasó para que ahora no puedas confiar

en manos que no son las tuyas.

Los perros perdonan, como yo.

Pero uno ya no habla de rencores,

el rencor es una hoja en blanco donde no hay nada escrito.

Las secuelas son otra cosa.

Poner el corazón en remojo no sirve de mucho

cuando no está sucio de rencor,

sino agrietado de desengaño.

Ser como los perros.

Lo miras y piensas;

qué queda aquí de mí,

qué queda, si no se cuela ni el aire porque

hay puertas que ya no consigues abrir.

Al final uno llama sin darse cuenta al tiempo

que aún no ha vivido y se recuerda que la parte buena, es que un corazón que sabe lo que es convertirse en rasguño no puede volver a quebrarse jamás de la misma manera.

Te has hecho fuerte,

pero a qué precio.

La vulnerabilidad toca su fondo y ya no puede volver a ser la misma.

No se puede romper lo que ya está roto.

Y es un punto de apoyo hacia la salvación pero también es la memoria que te dice que uno no quiere sembrar en sentimientos vacíos de peso en los que ni siquiera quedó el eco de nada.

Es como haber gritado en las cuevas donde el sonido se muere tan fácil como nace.

Llevo toda mi vida huyendo de lo sencillo,

porque navegar en lo cómodo me parece algo así como desperdiciar el mar.

Y por eso soy una amante ciega de las olas, del sabor a sal, de la brisa que mece las cosas y no las mantiene estáticas.

Ser como los perros.

Entonces te das la tregua que sabes que debes darte,

que volver a querer cuando has querido más allá de la carne, supone un impulso que no va a llegar ni rápido, ni fácil, ni pronto.

Nunca supe empalmar sentimientos que necen continuamente de una mano a otra, somo si yo fuera un lienzo que puede dibujarse y desdibujarse y volverse a dibujar seguidamente.

Me imagino como una tierra fuerte,

como una tierra en la que no se puede sembrar a la ligera, porque no crece a la ligera, porque yo no soy ligera.

A veces me gustaría pensar que soy más simple, como el mecanismo de un juguete simple, al que das cuerda y ya está. 

Pero la tierra que me habita es difícil de traspasar,

los nombres que quedan en ella no hacen el mismo ruido, porque cualquiera no llega al fondo, ni consigue mover tus raíces.

No puedo no ser yo. No puedo ser como el resto porque cuando lo intento, me siento una extraña dentro de mi misma.

Así que toco mi tierra y la veo fuerte,

la veo plagada de lo real, y lo real, por suerte o por desgracia, no está siempre a la vuelta de la esquina.

Me tumbo en la tierra y lo pienso.

Y entonces empiezo a comprender que si todos los ojos te hicieran volar,

que si coleccionas ojos que te miran, y que todos los que colocaste te miraron por dentro, que si tu lista de personas es larga, entendiste de carencias,

pero jamás supiste vivir de una mirada.

Y es ahí, cuando aunque sepa lo caro que siempre sale, sonrío.

Ser como los perros.