Todo le transporta, su mundo ya no es este, detesta tener que volver tan solo un segundo más, pide bajo este cielo azul celeste, no quiero irme de esta habitación para dos almas que son libres.
Sé que existes. Que estás allí, en algún lugar, esperándome. Pero no te preocupes, nos acabaremos encontrando. Al fin y al cabo, no sabes quien soy.
CVL
miércoles, 18 de octubre de 2017
Ni la ira. La ira se difumina, se controla. Al igual que se prende se apaga la mecha con la misma premura.
Ni la decepción. Amarga, pero caduca, se acaba con el tiempo y sólo queda el recuerdo de aquello que simplemente se fue.
Ni el orgullo. Más longevo, feroz, pero sólo es un estado de transición entre la tormenta y la calma.
La peligrosidad únicamente radica en la indiferencia.