Sé que existes. Que estás allí, en algún lugar, esperándome. Pero no te preocupes, nos acabaremos encontrando. Al fin y al cabo, no sabes quien soy.

CVL

sábado, 19 de marzo de 2011

Te raspan la garganta. Fábricas de alas. Vertederos de lágrimas. Mi mirada se pierde temerosa en el horizonte. El humo de un cigarro que no salió por mi boca, huele a mar, y la tentación a sentir su sabor rellena tu pecho, pero lo rechazas.
Que es así. Así es. Y no hay más vuelta de hoja. 
He preparado el café de la eternidad. Está sobre la mesa. Lo preparé con todo el cariño del mundo, y eché en el los ingredientes necesarios para conseguir su sabor. Algunos ingredientes fueron difíciles de encontrar. Me llevó una gran búsqueda encontrarlos. Otros eran demasiado caros, pero tras muchísimo tiempo ahorrando, conseguí pagar su precio. Pase noches en vela, protegiéndolo todo, como una florecita que está brotando, y quieres protegerla del frío o del viento. Ví como su olor, iba llenando la habitación, y entraba en mí a cada paso que daba. Alguien me dijo que debía de tener cuidado de no derramar el café, pues todo el tiempo invertido en el, se esfumaría en el olvido. Y yo tuve ese cuidado y más. 
Yo tiemblo de miedo. Nunca me aventuré a probar su sabor, tenía miedo de que todo hubiera sido en valde, y preferí vivir en la ignorancia, sin percibirlo. Pero un día decidí arriesgarme, pues esta vida no entiende a los cobardes. Ahora el café sigue en la mesa. Alguien está sentado, y yo sigo temblando. 
El café de una vida, que temo que se beban en un solo trago.
Como si todo mi tiempo hasta conseguir prepararlo, se esfumara. Como si todo hubiera sido en balde. Como si los sentimientos fueran efímeros. Como si rechazaran tu café. Como si no existiera y nunca hubiera existido. 
Y yo sigo ahí, temblando.